Hace poco tuve uno de esos días
donde nada te resulta. Me levanté con el pie izquierdo, se me cruzo un gato
negro, se pinchó la llanta del auto, bueno me pasó de todo. Inclusive, a pesar
de que evité pasar por debajo de un par de escaleras, igual no fue mi día.
Tenía tantos problemas en el trabajo, o mejor dicho no tenía idea como
solucionar los problemas del trabajo, que me sentía ofuscado. Mi jefa andaba
estresada, el personal con demasiada carga, la contratista no respondía los
correos y no sabíamos que es lo que estaban haciendo, o si nos iban a enviar la
información que necesitábamos. El cliente, por otro lado, estaba ausente en sus
decisiones, esperando que todo lo resolviéramos sin causarle problema alguno…
obvio. No tenía a quien reclamarle, a donde voltear, pero algo tenía que hacer.
Estaba perdido en Yonkers, haciendo alusión a esa gran obra de teatro que vi de
adolescente.
No es común que me sienta así,
por lo general siempre le doy la vuelta a las cosas, en ocasiones de manera
milagrosa. En ese momento no me sentía ni inteligente, ni preparado, ni
adecuado. Creo que todos hemos pasado por situaciones similares en el trabajo o
en la vida cotidiana, por ello la comparto. Como no sé cómo hacer para esconder
mis sentimientos, se me notaba en la cara y hasta en la forma de caminar.
Andaba lento por mi casa, con la cabeza llena de inseguridades, sonreía al ver
a mis hijos jugando, pero como si no estuviese ahí. De hecho, no estaba ahí,
estaba perdido en el cosmos de los problemas, en esa realidad paralela donde se
pierde el ser por incontables horas. Recordé el pensamiento de Confucio “si
algo no tiene solución porque te preocupas si no tiene solución…. Etc.” Pero no
me animó. El mundo estaba perdido, seguro la variante Ómicron llegaría a Perú y
acabaría con todos, se desataría el apocalipsis zombi y ya no me tendría que
preocupar en solucionar los problemas que me aquejaban. Tanta película
apocalíptica ya estaba afectando mi cerebro. No TUPAQ, ahora si no hay
solución, repetía mi cerebro rendido antes las circunstancias. Diantres.
Y de repente se me acerca un Ángel
con la forma de mi hija de 10 años y me dice “Papito ¿estás preocupado por
algo?” El hombre invencible responde “no hijita, son cosas del trabajo, cosas
de adultos que debo solucionar, no te preocupes”. Y mi hija me responde “Ah ya,
entonces no me preocupo, tu eres el hombre más inteligente del mundo y sé que
algo se te va a ocurrir, te amo papi”. Puse esa sonrisa de bobo de millón de
dólares. Es cierto que especialmente mi hija me tiene mucha fe, pero sus
palabras iban más allá. Estoy seguro de que sabe que hay cosas que no tienen
solución, pero confía en que siempre voy a dar lo mejor de mí, lo da por hecho.
Así que dejé a un lado la pesada carga que estaba llevando, me puse a hacer
galletas de Navidad con glaciado y luego se me ocurrieron varias ideas para
mejorar el trabajo. Entonces recordé algo que ya me habían enseñado, a veces
para destrabarte tienes que salirte un rato del problema, hacer cosas que te
gustan y luego seguir para adelante. Realmente funciona.
A mi hija le debo una muy grande
(mucho más ahora). Luego hablando con Apujirka me dijo algo muy cierto “en los niños siempre hay sabiduría”, me
quedo con esa frase tan correcta. Además, puedo añadir que los niños no tienen
el problema de la soberbia, la cual se va enquistando en tu vida a medida que ocupas
puestos más importantes.
TUPAQ
PD: les dejo por aquí una charla de Simon Sinek que me ha gustado
mucho “5 Reglas que van a Cambiar tu Futuro”.
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