martes, 9 de octubre de 2018

CORAZON PARTIO


Subes la colina lo que te cuesta de quince a veinte minutos, llegas cansado y sudando (porque es claro que no estás acostumbrado) y miras el paisaje desde arriba. Subir una colina es en sí una clara representación de éxito, así que dentro de ti todo se encuentra en orden, estás casi muerto, pero en armonía con la naturaleza y tus chakras. Ya en la cima de la colina te quedas respirando profundamente, extiendes los brazos parado sobre dos piedras extrañamente cúbicas y te sientes idéntico a Rocky de Silvester Stallone. En lo profundo de tu mente se escucha la banda sonora de la película. No hay nada que hacer eres un campeón.

Con las nubes en la cabeza recuerdas poco a poco tu infancia, cuando eras el pequeño inexperto que jugaba con sus amigos a trepar árboles. Recuerdas al amigo que se cayó sobre la ortiga, mientras estaban jugando a las chapadas, encima del viejo higo de tu casa. De niño era más fácil trepar cerros con tu familia, lo hacías casi sin perder el aliento a pesar de que lo tuyo no eran las montañas sino el mar. Mejor dicho, tenías el corazón partido entre el mar y las montañas, entre la sierra y la costa, porque tu madre es de la costa, pero tu papá de la sierra. Mitad cholo y mitad serrano, por los siglos de los siglos…

Entonces mi querido Tupaq ¿Qué mierda haces en la selva? Te joden los mosquitos y te cagas de calor todo el día. Te suda la cabeza, las orejas, los bemoles y hasta el ano, pero aun así insistes en regresar cada vez a mirar los putos árboles y sus lianas. En cuatro días te han picado cuatro avispas, una por día sin falta. La primera en la cara, dos en la mano y hoy una en el codo que te dejó adolorido por media hora. También, de estos cuatro días, ha llovido cuatro. El cielo se cayó aparatosamente y todo está mojado y lleno de lodo. Tu ropa está húmeda todo el tiempo, incluso cuando se seca al sol, sigue húmeda y es imposible sacarle el olor a fundillo sudoso remojado. Caminar en este calor te sofoca, y por la tarde quieres echarte a descansar, pero a los cuarenta grados (mismo Magneto) es imposible dormir, así que deambulas entre el comedor y el almacén del campamento. Las malditas botas de jebe te han sacado ampollas en los pies porque ya estás viejo y has trabajado mucho tiempo en una oficina en Lima. Aunque no lo quieras admitir, tu cuerpo es el de un engreído citadino de mierda.

“La selva no es para todos” te repites para que se te grabe en la mente. La primera vez que llegaste a la selva tenías apenas diecisiete años, ni siquiera un mayor de edad (no tenías libreta electoral de tres cuerpos) y te pareció alucinante pero agotadora. Te picaron todas las especies de hormigas, menos la Isula, gracias al cielo. Viste más de cien lagartos, una sachavaca, cinco lobos de rio, varios cientos de monos, algunas serpientes y un sapo que pesaba aproximadamente cinco kilos. Te acostumbraste a cocinar con cucarachas, cuando te tocaba cocinar. Viste por primera vez las hormigas que te limpian la casa y se llevan hasta el último insecto. Te desesperaste por primera vez por tanta picadura de mosquito y te hundiste varias veces en los aguajales hasta el cuello. No obstante, fue entonces cuando te enamoraste de la selva. No le pertenecías, pero en cada caía en el lodo ibas dejando algo. En cada paso mal dado, con la entrepierna escaldada y con cada noche en la carpa para una persona donde no alcanzas, se quedó parte de lo que eres, a huevo que sí.

Cada vez que regresas a la selva te pruebas a ti mismo. Vienes engreído y te vas entrenado para recibir unos cuantos golpes más. Vienes medio dormido y aquí te despiertas. Vienes con el otorongo anestesiado y aquí se aviva el jaguar asesino. La selva no es para todos, pero para ti sí querido Tupaq. Para ti es una fuente de vida inagotable, el lugar donde se vuelven a cargar tus baterías, justo en ese preciso espacio entre las nubes, la tierra y los árboles. Revives cada vez que te bañas con tus amigos en una balsa, o cada vez que realizas esas largas caminatas, donde se te embarra hasta la cara. El olor a hierba húmeda te llama y con fortuna dejas que te caiga un poco de lluvia y de tormenta. Necesitas de la selva.

Así que luego de tantos años tu corazón está partido en tres, está en la playa donde algún día vas a descansar, en las montañas donde acampaste de adolescente, de joven y dejaste algún dibujo en una cueva cual hombre de las cavernas; y en el monte (la selva) donde la energía del bosque te alimenta y te atrae como un imán.

Saludos,

Tupaq

Pd: Les dejo el documental de Alejandro Guerrero de la Selva de los Espejos. 


2 comentarios:

  1. Por eso siempre regreso a la selva a labor..orar

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  2. Trabajar en zonas alejadas no es para todos, muchos asumen que es fácil.. todo es sencillo si amas lo que haces y tienes pasión.

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