Creo que a la mayoría de
nosotros, algún alma caritativa nos ha compartido, la historia de la
hormiguita. Para los que nunca la hayan leído, la historia (más o menos) va de
la siguiente manera: Había una vez hormiga que trabajaba feliz, pero un día
singular a su Jefe, con el fin de mejorar los rendimientos, se le ocurre
contratar un Gerente de Operaciones. Este nuevo Gerente le pone (a la hormiga) un
horario fijo de trabajo, le da objetivos, le presenta una serie de Indicadores
de performance, que a la hormiga más le parecían chino mandarín. Luego de poco
tiempo (y como era de esperarlo), la hormiga pasa de estar feliz a ser una
hormiga estresada. Al preocupado jefe no se le ocurre mejor idea, que contratar
un Gerente de Recursos Humanos, quien luego de una serie de evaluaciones decide
que la hormiga necesita: un retiro espiritual, consejería psicológica, algo de
ejercicio físico antes de la jornada de trabajo y un programa especial de
capacitaciones, para desarrollar sus competencias laborales. Nuestra hormiga,
como todo buen trabajador, debía cumplir además – de manera extra curricular –
con su programa de capacitaciones y demás ocurrencias del Gerente de RRHH. El
jefe percibe un problema latente, así que crea la corporación y contrata a una
mesa de directores, quienes dirigirán de manera “más eficiente” del trabajo de
la hormiga. Luego de años de ser explotada – y de ser la única que trabaja – la
hormiga se jubila, para percibir el salario mínimo vital hasta el fin de sus
días. Ojo, inicialmente la hormiga era feliz.
A veces parece que nosotros
estamos en la situación de la hormiga y luchamos por ocupar un puesto más
interesante, muchos con la finalidad de trabajar menos. Pero yendo un poco más
allá, no se trata de que los jefes no trabajen, sino que hay personas que hacen
las cosas y otras que sólo hablan, o que se enfrascan tanto en las normas que
no avanzan ni un centímetro de lo que deben hacer. Lo incongruente de esta
historia es que necesitamos más hormigas, necesitamos de esa gente de acción,
quienes son vitales para el funcionamiento de las organizaciones y de los
países. Necesitamos esas personas fuertes que mueven la maquinaria y hacen que
el carro avance, necesitamos los motores para funcionar.
En el camino laboral, vamos a encontrar
tres tipos de trabajadores, el Burócrata – que todo lo quiere arreglar con el
bla bla bla y confundiendo -, el Demagogo – que se conoce todas las leyes,
normas y demás de pies a cabeza y siempre se escuda en no hacer nada porque no
está en el procedimiento – y finalmente la hormiga – quien por lo general no
habla mucho, pero hace mucho, deja que los demás se queden en la discusión y
pone manos a la obra para solucionar problemas o sencillamente para producir
más. La hormiga es a quien quiero tener en mi grupo de amigos... por supuesto.
En países desarrollados la hormiga
es actor fundamental y recibe una parte importante del pastel. Tanto el Demagogo
y el Burócrata buscan apoderarse del negocio (porque esa es su naturaleza), y
se quedan también con su parte, porque hay para todos. En países como el
nuestro – en vías de desarrollo desde tiempos anti diluviales – los que se
llevan la mayor parte del pastel son los segundos, quienes hablan y hablan,
discuten y discuten y pocas veces (o nunca) llegan a la costa. Luego aparece el
sector de la población que se queja y se queja, pero el Statu Quo se mantiene.
El sistema queda perfectamente planteado para el beneficio de una minoría y las
hormigas se comen los restos del pastel que caen de la mesa. Aun así, hacer las
cosas con perfil bajo y por un bien común, es muy gratificante tanto allá como
acá.
Por ello les sugiero que hagamos una
pausa en nuestro quehacer diario, miraremos al espejo y preguntemos a nuestra
imagen ¿y yo cual soy? Es muy probable que la mayoría seamos hormigas. Salimos
temprano a trabajar, nos sacamos la mierda todo el día, creamos empresa o
creamos productos y ofrecemos buenos servicios y regresamos luego a casa a
compartir el pan con nuestras familias. Sentimos que no ganamos mucho, pero sí
que hacemos mucho. Los impuestos nos pegan duro, más que a las grandes empresas
y nuestro dinero mantiene la maquinaria del estado y a toda esa bola de
funcionarios, hombres de traje y corbata, oportunistas, nuevos ricos, lobistas
y gente que con una sonrisa falsa, se beneficia del sudor de nuestras frentes.
Por mi parte, agradezco ser una
hormiga y poder crear. Sentarme al otro lado de sus PCs y tener un monologo con
ustedes. Agradezco ser una hormiga y que las cosas me cuesten, porque así todo
es más sabroso. Agradezco ser una hormiga, haber salido de la cantera y tener
la posibilidad de escalar. Agradezco ser hormiga y tener amigos sinceros, que
evidentemente no me buscan por mi riqueza, ni por mis cuentas en el Gran
Caiman, o mi Porshe Cayene (que además no me gusta, en serio). Agradezco ser
una hormiga y conocer a gente maravillosa, que lucha a diario por sus ideales y
sus sueños, no es que sólo las hormigas tengan sueños, pero sí que sus sueños
tienen un peso y un propósito mayores.
Saludos,
Tupaq
PD: Les dejo un video TED de un gran maestro Tony Robbins “Porqué
hacemos lo que hacemos”.
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