Me encuentro lanzando piedras
planas y ovaladas, con los pies metidos dentro del agua, en un río de la
Amazonía. No es la primera vez que lo hago, tampoco será la última. Han sido
muchas aventuras acumuladas en la selva y esta es mi manera de darme un respiro
y meditar. Aguas tranquilas, algo de sol, cantos rodados, peces que saltan por
encima del agua como en una danza de felicidad aérea. A lo lejos pasa un
halcón, algunos loros y otras aves exóticas vuelan cerca del río. Sus colores
siempre maravillosos y variados. La selva es un encanto por donde se le mire.
Que afortunado me siento de trabajar en este paraíso.
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Una vez más atorado en una cocha
camino al campamento base. El espejo de la laguna está saturado de Guama (Pistia stratiotes) y la hélice del peque
peque se atora en cada metro. Es imposible avanzar y ya hemos estado en el
mismo sitio cerca de una hora. Lo que nos queda es saltar a la cocha y empujar
la canoa, hasta salir del paquete de Guama. Afortunadamente el agua está
templada, a pesar de que acaba de llover. Alguna culebrilla de desliza entre la
guama, ignoro la especie y sólo espero que no se trate de una venenosa (el
Señor es mi pastor…). Esta cocha está llena de lagarto blanco, al menos eso dicen
los comuneros. A menudo los he visto cocinar lagarto, la carne es blanca y sabe
a pollo, aunque es un poco elástica. Varias arañas (grandes muy grandes) caminan
entre la guama, sus telas de araña se me pegan en la cara mientras avanzo
empujando el peque. Esta parte es más profunda y necesito ponerme en puntas de
pie para poder avanzar. Mis manos no llegan al borde de la embarcación, así que
la empujo de abajo. Luego de doscientos penosos metros salimos del paquete de
guamas. Algo mataditos mis compañeros y yo nos trepamos al bote y continuamos
sin novedad nuestro recorrido al campamento. Llegamos una hora después cuando
ya era de noche. Luego de un baño reparador me dejo caer en la colchoneta
dentro de la carpa (para uno), estoy agotado y mañana es otro día en campo. El
primer día en campo de este ingreso.
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Hemos caminado tres horas y
todavía no llegamos al campamento. Cada kilómetro en la selva es como tres en
la ciudad. Las quirumas y los raíces de los árboles hacen que el piso sea
irregular y andamos tropezándonos o metiendo los pies en el lodo. Hemos abierto
una trocha de tres metros de ancho por casi ocho kilómetros. El objetivo es que
pase una excavadora para que saque cargas de residuos peligrosos a la orilla
del río. Desde ahí los trasladaremos con helicóptero mediante carga externa. El
helicóptero, un MI17 de poco después de la segunda guerra, al cual
prácticamente se le ha cambiado todas las piezas. En la orilla los trabajadores
han preparado un dique para las mil trescientas toneladas de residuos. Es un
maldito trabajo de hormiga y nosotros somos los mejores para estos trabajos.
Trasladamos todos los residuos en
una semana. La carretera quedó para la Comunidad, apenas acabado el trabajo
empezaron a construir a ambos lados de la misma. También nos pidieron que les
hagamos una cancha de futbol y que les reparemos el local comunal. Acabamos
antes de lo planificado y luego desaparecimos del lugar.
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Han pasado tres días y no viene
el helicóptero porque todos días está lloviendo a cantaros y como decimos en
operaciones “tenemos techo bajo”, por lo consiguiente no hay vuelos. Trajimos
comida para un día y la hemos administrado lo mejor que se pudo. Hoy en la
noche no tenemos víveres para comer. Los trabajadores van a jugar una pichanga
con los comuneros porque el premio es una gallina y hace hambre. Si pierden van
a tener que pagar el precio de la gallina en soles. Las gallinas de las
comunidades cuestan el doble que en la capital, esta gallina de mierda está
ciento veinte soles y lo que más abunda en su cuerpo son las plumas. Si no
ganamos en el futbol, el consuelo que nos queda es que Wicoda (un trabajador
especializado y buen amigo) logre pescar algo en el río. El inconveniente es que
como pescador es una desgracia.
Luego de algunas horas comimos
pescado (We love you Wicoda) y un pobre sacha pato que cazaron los
trabajadores. Comimos suficiente pescado y el ave fue dividida en doce, así que
una minúscula fracción me tocó. “El Maldito” me decía “la selva te da lo que
necesitas, subes a un árbol y tienes frutos, debajo hay animales y en el agua
peces… para que más”. El viejo de mierda era un sabio.
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El herpetólogo era feliz durmiendo
en el piso, aunque estaba claro que a su cuerpo lleno de marcas no le gustaba
dicho acuerdo. Como era Jefe del Campamento (the Big Boss), todos debín dormir
sobre el suelo en colchonetas. No había carpas suficientes, así que algunos desdichados
les tocaban los mosquiteros. La noche en esa montaña era fría y a menudo llovía
a cantaros, tanto que las colchonetas terminaban empapadas y el personal resfriado.
“Siempre son así las avanzadas” pensaba el herpetólogo “en la selva no debe
haber comodidad, a menos que seas un delicado, pero si eres un delicado
entonces no estás hecho para este trabajo”. Él era dichoso oliendo mal y sudando
como sajino por las mañanas. Estar consiente, que a sus más de cincuenta años
seguía haciendo aquello, lo llenaba de orgullo. “A ver que busquen otra persona
como yo, que la busquen por todos lados” Sonreía y seguía trabajando día y
noche.
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Mis pies se hunden en el fango,
han pasado tres horas desde que salimos del campamento y no acabamos el
recorrido de todo el sitio. Estamos acompañando al personal del laboratorio certificado
en la toma de muestras de suelos y aguas. Avanzamos lento porque todo es
aguajal y tenemos el agua hasta la rodilla. Los mil primeros pasos estuvieron
bien, los siguiente mil jodieron bastante, luego todo era dolor. El aguajal es
un inmenso laberinto, donde todas las partes son iguales y todo está lleno de
agua y lodo. Por ratos imaginas que avanzas dando vueltas en círculos, pero el
GPS te dice lo contrario, ya son más de siete kilómetros (avanza mariquita te
grita el puto diablo de tu hombro). Miro a los comuneros y me pregunto “si
nosotros sufrimos para andar en ese mar de trampas y cayu cayu (sanguijuelas), ¿cómo hacen estas pobres almas desdichadas
para llevar los cooler con las muestras?” (cada cooler debe pesar 50 kg).
De noche en el campamento (luego
del baño), hecho Hipoglos en abundancia sobre las escaldaduras. La carne sin
piel luce roja alrededor de la ingle, hay que dormir con las piernas separadas.
La colchoneta se siente como un lecho de pétalos luego de la caminata. Esta
noche no tengo sueños, o por más que me esfuerce, no puedo recordarlos.
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Seguro tengo otras historias (del
campo) olvidadas en el baúl de mi subconsciente, quería compartir algunas. Si
tienes tiempo déjanos una en los comentarios.
TUPAQ
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