Trabajar en la selva es cosa de Machos Alpha, no hay más nada (citando a
nuestros amigos los reguetoneros). Mis respetos para todos los trabajadores de
la selva: aquellos que hacen sísmica, aquellos que ingresan para construir
campamentos, los especialistas en línea base, los biólogos birdwatchers, los
topógrafos de avanzada, todas las cuadrillas de avanzada de todos los
proyectos, el simple obrero que trabaja con la lampa a 40 grados (mismo
Magneto), mis amigos de la remediación y las personas que hacen primera
respuesta a incidentes ambientales. Trabajar en la selva es muy duro. Siempre
voy a recordar las palabras de un trabajador de sísmica – uno de los más rudos
– que se encontraba sumergido hasta la cintura en un aguajal desde las seis de
la mañana y eran las 12:00 pm. “ingeniero esto es el infierno”, yo lo miré
sonreí y le respondí “muy parecido a esto debe ser”.
En una de mis primeras prácticas en la selva, lo profesores de un curso
nos llevaron a ver los hornos de carbón vegetal (Shihuahuaco), en el lugar
habían tres obreros en paños interiores. Su salario era de 22 S/. Al día más su
almuerzo. Estaban muy delgados y con la mirada perdida, sentí mucha lástima por
esas personas que trabajaban sobre el carbón caliente. Para algunas personas
con poca instrucción, este tipo de trabajos son su sustento. En esa época la
Seguridad Industrial no tenía mucho significado en mi cabeza, no sabía que las
personas debían estar bien protegidas para trabajar. Sin embargo, los temas
ambientales ya eran una prioridad para mí. Estaba seguro – y sigo estando
seguro – que no era un buen negocio quemar un árbol de más de 100 años, sólo
por el carbón.
Caminando en la selva he caído al suelo en incontables ocasiones, camino
fuerte pero soy muy pesado para la selva y siempre voy a caer. Los nativos son
ligeros y cuando caminan parece que no tuviesen peso. Muchos amigos nativos se
ríen de mi forma de caminar, “usted camina como un soldado ingeniero, tiene que
ver dónde están las ramas desde lejos, y proyectar el camino en su cabeza”.
Pero todo eso me suena a Kung Fu, así que luego de unos pasos me olvido de
proyectarme y sigo caminando con todo mi peso sobre el suelo suave de la selva.
He trabajado con personas que tienen un profundo conocimiento de la
selva, a pesar de no ser nativos sino colonos, conocen las plantas y sus secretos profundamente. El Loro – un capataz de avanzada en la sísmica – me
contaba las historias de los espíritus del bosque, historias increíbles sobre
los demonios que buscan perderte entre los árboles, que se disfrazan de amigos
o que te seducen con su canto y se divierten sacándote del camino. El Loro
sabía preparar Pusanga, me dio la receta – la cual incluye el uso de
sanguijuelas a las que odio – “con esta receta la mujer se le va a pegar como
una sanguijuela ingeniero, lo malo es que no tiene cura una vez que ha hecho el
daño”. Daño o no daño, no estoy dispuesto a averiguarlo.
Otro capataz - el Sr. Leopoldo - a quien considero un maestro de la
vida, a pesar de que sólo contaba con primaria completa, me dio una enseñanza un
poco extraña pero enriquecedora. Un día de campo, cansados de caminar, lo
encontré sentado sobre unas hojas de palmera. Un mosquito estaba alimentándose
en su cuello, inmediatamente le advertí y me contestó: “déjelo ingeniero, de
algo tienen que vivir estas criaturas del señor, o acaso usted no se alimenta”.
Me llamó la atención su desprendimiento y su profundo apego a la naturaleza.
Leopoldo conocía lugares en el monte donde todavía se podía ver otorongo, donde
uno podía encontrar cedros y caobas, pero nunca llevaba a nadie que les pudiera
hacer daño. “el bosque da todo ingeniero, pero uno también debe trabajar fuerte
y jugar limpio”. Es una pena que luego le haya perdido el rastro a este genial
amigo.
En el monte, en noches en las que no puedes dormir – especialmente en
los lugares donde hay mucha fauna – por las mordeduras de las garrapatas, te
preguntas ¿Qué mierda hago en este lugar? Debí escuchar a mi madre cuando
quería que fuera médico. Pero luego sin explicarte como regresas al campo y a
sus misterios. En la Selva he estado a punto de morir, me he quedado clavado en el lodo, por saltar de un peque a la orilla de una playa; me he cruzado casi con todos
los animales – menos con el otorongo – he visto una anaconda que no se podía
sumergir porque había acabado de comer y era un verdadero mounstruo, me han
picado todos los insectos conocidos y he acabado con las manos como manoplas
por un tábano al que le tengo alergia. He caminado varios kilómetros sobre
tuberías y conocido nativos amables, no tan amables y algunos agresivos; me he cruzado
con cazadores furtivos y madereros ilegales; y por más que ha sido difícil no puedo
decir que no me he divertido. Mi vida en el monte ha sido maravillosa.
En el mar la vida es más sabrosa, en la Selva Hostil la vida es un poco
más complicada. Salud a todos los trabajadores de la Selva.
Tupaq
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